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Valentine Penrose o la Diosa ausente

  • Ramiro Gogna
  • 16 ago
  • 11 Min. de lectura

Pero en Erzsébet el Dios, o la Diosa, estaba ausente.


1.

En sucesivas cartas dirigidas a su marido, Valentine Penrose, mientras se encontraba en Hungría investigando en los archivos sobre la vida de Erzsébet Báthory, narra el encuentro con una mujer y su hija gitanas. La primera vez que las vio frente a la puerta de la Biblioteca Nacional de Hungría la madre estaba en cuclillas, desenrollaba un largo dedo que señalaba con una larga uña morada. Los ojitos pintados de la niña se dirigen hacia donde la madre indica. La madre habla y también calla; la niña mira a la madre, mira el dedo, mira el objeto. Así permanecen largo tiempo hasta que Valentine cruza la calle, y camina indisimuladamente hacia donde se encontraban las gitanas.


La diosa ausente
La diosa ausente

Miraban una paloma que estaba muriendo. Cuando murió, continuaron sonrientes el camino. La última vez que vio a la madre e hija gitanas fue la única vez que les habló. Penrose relata que la madre la golpeó antes de salir corriendo a los gritos, cuando luego de una larga charla le dijo que le quedaba bien el pelo corto. Antes que su inusual torpeza hiciera el trabajo –una mujer gitana con pelo corto es una mujer deshonrada-, le contó que su familia era Rrom, de un grupo que en 1878 se encontraban en Serbia cuando tomaron viaje hacia Sudamérica; que al Sur llegaron gitanos rom y ludar, y mantuvieron en general una vida nómade hasta que los distintos países los obligaron a vivir una vida sedentaria, dentro de las fronteras nacionales; que la niña estaba por casarse con un gitano ruso y evangelista, de apellido Kalderash, para emigrar al Sur; que los gitanos que todavía estaban en el territorio luego de la segunda guerra mundial dejaron la trashumancia y la venta de caballos, por las carpas, las ciudades y la venta de autopartes; que dejaron los rituales del spurcat y marimé: ahora las pulseras y los collares de oro que cargan no los protegen del mal; que la niña es la mejor en el canto yali, es la preferida de las novias de la comunidad, y va a culminar su carrera de niña cantora en su propio casamiento con Manyacaniesti. La niña relató a Valentin Penrose que viven en esas enormes y horizontales carpas de circo por un tabú habitacional: según una ley tradicional no pueden vivir en casas de dos plantas, o no pueden subir al piso de arriba si un viejo está en el piso de abajo (un modo de reconocer las familias gitanas sedentarias en medio de las grandes ciudades es notar cómo los viejos son movidos permanentemente de las casas sin motivo aparente, entran y salen, si alguien tiene que subir al segundo piso). Antes que la ofendiera con su comentario, lo último que le dijo la gitana mientras leía sus manos por unos florines fue: conoces la mitad de tu cuerpo.


2.

Hay libros que funcionan como sondas para explorar lo insondable y lo siniestro de lo humano. Y por esto mismo son libros que ayudan a conjurar el miedo y la hipocondría. La Condesa Sangrienta de Valentin Penrose (y la copia en miniatura de Alejandra Pizarnik) es un libro de ética y de medicina. A diferencia del tremendismo de Klosowski o Bataille, con una mirada de poeta que aquellos carecen, Valentin Penrose barrunta una versión si no de la muerte de dios, sí de su ausencia o retiro. Dado que todo me está permitido respecto del otro, ¿qué hacer? Lo extraño es que la respuesta no se formula como una ética de los juicios, es decir, normativa.


Ni Penrose ni Alejandra Pizarnik escriben como representantes de una moral dañada por los crímenes atroces. Prefieren no indignarse y plantear acaso una ética que parte de exponer las acciones más repulsivas, no para condenar o juzgar, sino para pensar el problema de la relación de nosotros con el deseo propio.


Pizarnik hace un catálogo de las torturas y de los modos de hacer morir que practica la Condesa, que ocupa la mitad de su versión de la vida de Erzsébet Báthory; subraya el síntoma asignable al personaje (melancolía); establece el linaje de la protagonista y el matrimonio que la une con el sanguinario guerrero que pasa la vida entre la lucha contra el moro y el Castillo, consumando carnalmente la relación en las episódicas treguas. Pizarnik sintetiza (intensifica, por lo tanto); la quintaescencia de la narración conduce al problema del mal, el tema ético.


Se narran las torturas no desde el punto de vista de la Condesa, sino con la meticulosidad del sobreviviente de la tortura, del que testimonia la atrocidad recibida. La voz de las sobrevivientes fijada en las actas del juicio a Erzsébet, vuelven transfiguradas en novela. Si estuviera escrito desde el punto de vista de la Condesa, el discurso se agotaría en la justificación de la crueldad por el derecho que le otorga su rango.


¿Cómo es posible convertir la historia de una asesina “serial” en un libro de ética estoica? El problema ético: Por qué para satisfacer mí propio placer tengo que arrebatárselo a otro. La pregunta de Penrose es inquietante: “¿era acaso necesario condenar por completo para otros el suave sol, la flor del ramo, acallar en el manar de la sangre la larga canción de la primavera, sacrificar la noche a la segura claridad del día y, en provecho del anonadamiento, suprimir el perfume de una en el seto?”; o esta otra pregunta más aguijoneante aún, “si un día pudiéramos amar a uno de estos seres conociendo las causas profundas y reales de su nacimiento y sin temor ni a este ser en sí ni a los poderes que han decidido su venida al mundo, entonces no habría ya lugar para la crueldad ni para el miedo.”


¿En qué medida, desde qué aspecto, puede plantearse un problema de ética a partir de los casos como Gilles de Rais, Sade, la Condesa Báthory o el Petiso Orejudo de María Moreno? Responde Bataille, y habría que ver hasta qué punto Penrose está de acuerdo: “Se trata de hacer que el hombre tome conciencia de la representación de lo que realmente el hombre es. El cristianismo eludió esta representación” -es decir, el “Eros cruel.”



3.

La triste figura de La Condesa y el Quijote son paralelos y opuestos. Son plantas de estuario, nacen y crecen en campos donde las fuerzas en retirada utilizan máscaras novedosas para extender su vida útil. Expresan el reverso de Descartes, anuncian otra trayectoria de la modernidad: el Quijote confunde la realidad y la ficción; y en Erzebet es el cuerpo el que dirige el alma.


En la época de Erzsebet la meta de la teología, la cristiandad, está dividida y por lo tanto la posibilidad de encontrar al sujeto trascendente al que debe revelarse y en el que debe descansar se torna política. La política del Imperio de los Habsburgos tiene fines teológicos, y tecnologías humanas. La Reforma hace en extremo susceptible a la cristiandad ante cualquier forma de perversión de la meta de la teología (Dios), lo que no obtura las transgresiones.


En las ciudades cristianas cualquier unión entre la religión y la carne está, sino directamente prohibida, bajo vigilancia. En el mundo de Erzsébet Báthory, mediado por las prácticas mágicas de la bruja Darvulia, magia y lujuria, lo divino y lo erótico se confunden. Lo divino y el goce violento se abrazan de un modo que la teología cristiana oficializada en el Concilio de Trento tiene obturada, con la excepción de las tradiciones místicas.


Penrose puede ver la unidad sacro-erótica que llena el vacío dejado por el retiro de las Diosas, que la bruja y las artes negras convocan/conjuran. Pero un brujo no es equivalente a Santa Teresa de Ávila, aunque la comparación es interesante. En la novela Las nubes de Juan José Saer aparece un personaje que es una monja mística. Podría decirse que es una parodia de las monjas místicas como Santa Teresa. Si el mesianismo, si los movimientos mesiánicos son una promesa de religación de una comunidad en crisis sometida a una Ley despótica, el misticismo es la rebelión de la carne sobre el alma, una protesta del cuerpo contra la escolástica, acaso una perversión de esta. (Las nubes: “La mística es teología empírica, y siempre he pensado que su aplicación práctica es capaz de sembrar el pánico en la Iglesia, en la Corte y en los lupanares”; también en el inicio del cuento El pecado mortal de Silvina Ocampo, leemos: “Los símbolos de la pureza y del misticismo son a veces más afrodisíacos que las fotografías o los cuentos pornográficos, por eso ¡oh sacrílega!, los días próximos a tu primera comunión, con la promesa del vestido blanco, lleno de entredoses, de los guantes de hilo y del rosario de perlitas, fueron tal vez los verdaderamente impuros de tu vida. Dios me lo perdone, pues fui en cierto modo tu cómplice y tu esclava.”)


Brujas: ningún señor quisiera privarse de las potencias que asegura; y la cruel y melancólica Erzsébet no pasaría de una cruel y solitaria asesina si no fuera por la intermediación de la bruja que hace crecer exponencialmente su capacidad de actuar.

Como se sabe no es correcto oponer magia y técnica: no es que la historia es el paso de un mundo mágico a un mundo técnico. La bruja es una técnica; como técnica tiene una función dentro de una comunidad: establece una comunicación con las potencias naturales; lee en las entrañas de los animales el destino de la comunidad; captura las fuerzas, vuelve favorable esas fuerzas divinas. ¿Acaso no ofrece esto Darvulia a su señora, la previsión del porvenir?


Penrose etnologiza, no juzga. “Los brujos no desean salvarse en el espíritu puro. Lo temen: para ellas supone la muerte real. Lo que quieren es seguir girando en el espíritu de las cosas, apoderarse de él y modelarlo, mucho antes de que los humanos puedan darles por irrevocablemente establecidos”; o también, “… la bruja va a la elemental deriva y no intenta saber dónde”; o también, “sabe que nada puede separarla de las fuerzas que maneja aquí abajo, pues por doquier toda vida no se crea sino con estas mismas fuerzas”

La de las brujas era una “religión del alma de las cosas”, una alianza con lo venenoso, con lo ponzoñoso y con lo mortal, con las fuerzas tenebrosas, ya que “todo procede de los espíritus de la naturaleza.” No distingue entre cualidades primarias y cualidades secundarias sino que el mundo está saturado de principios activos: las piedras, las plantas, la sangre (“lago de todas las fuerzas”), el agua de la lluvia contenida en la huella de un lobo que al beberla temprano convierte a los hombres en lobos. . “Todo brujo, toda bruja son estoicos. Toda fuerza se capta del eros primordial”, escribe Penrose.


Darvulia enseña a Erzsébet, que no necesariamente aprende: “le enseña a ver morir y el sentido de ver morir. La Condesa, movida hasta entonces por el placer de hacer sufrir y de sangrar a sus sirvientes, se había amparado en la excusa de castigar alguna falta cometida por sus víctimas. Ahora, la sangre vertida lo era sólo en virtud de la sangre, y la muerte dada sólo en virtud de la muerte.” La primera vez que vio morir, la Condesa mostró cierta apariencia de remordimiento; después mostró interés por el tiempo que podía durar el proceso; luego por la duración del placer sexual. Algo que ver con la duración, con el tiempo, tiene lo que Penrose llama el placer brujo: “cuando el cuerpo, hastiado, puede arrepentirse, la mente prosigue el camino que poco a poco ha ido abriéndose según la lógica que ha hecho suya, lógica de jugos y sangre.”


Experimentar el acercamiento entre magia y lujuria, aprender técnicas diversas para pelear contra el mal en todos los frentes, aprender a ver morir, son los servicios, entre otros, que vende la bruja en los castillos. La magia y las brujas se hacen más necesarias por la ausencia de la diosa (de las diosas). El bosque es territorio de conjuro, de llamado que busca restituir el panteísmo de las madres, originario.


Aunque Erzebet y la bruja tienen un trato condicionado a reglas (Darvulia recibe para sanear males), ésta tiene sus propios fines. Sin embargo, la bruja “habia hallado en los ojos de Erzebet cuanto de maleficio percibía en los venenos del bosque, la desierta insensibilidad de la Luna, y habia vislumbrado en ellos una esclavitud psíquica dispuesta para la siembre como un campo negro.”


Las cristianas reglas de la alimentación y de la cópula, las reglas de hospitalidad, el rechazo mutuo de la lujuria y lo divino se pervierten en el Castillo de Csejthe. La lujuria de Erzsébet, el qué desea, es un problema de régimen, que es un problema de ética, más que un asunto del Bien y del Mal. La ética es medicina, e implica una sintomatología. La melancólica Condesa, tiene problemas con las cantidades, con la oportunidad, con el tiempo: la extrema y razonada crueldad se corresponden con la quietud y el silencio; la frenética disposición a la organización de la destrucción ritual de los cuerpos de las jóvenes mujeres, tiene como contraparte la inacción contemplativa; una subjetividad ensimismada y en cámara lenta que nunca logra ajustarse a los ritmos de la realidad, pero frente a los cuales busca medios artificiales para acelerar, para saltar por encima, aunque sea un instante. Siempre más adelante o más atrás del acontecimiento. Así, los polos simétricos de la quieta melancolía y la lujuria destructiva tensan el deseo de Erzsébet, y la conducen a hacer con los otros lo que no dejaría que hagan con ella misma.


4.

Como surrealista anómala que era, Valentín Penrose regula la introducción del azar en la producción literaria a través de los medios que le otorga la erudición; construye remolinos con adoquines; las menciones a los saberes de las piedras, las flores, las mitologías femeninas, la astrología, funcionan como mecanismos que fijan un desplazamiento para que no sea automatismo puro. Cesar Aira hace esta reflexión sobre Alejandra Pizarnik para explicar el modo en que la poeta incorpora, y traiciona, la escritura automática: como un titiritero que teje un hilo invisible y lábil capaz de dirigir la deriva de los dados. ¿Qué significa el procedimiento rousseliano desplegado por Valentin en El nuevo Cándido? El texto es al mismo tiempo una realización y una reflexión sobre la creación literaria. Cuenta la historia y propone una teoría sobre el procedimiento para contar la historia. Es decir, se trata de engendrar una matriz generativa de argumentos. Es más importante la matriz, que el resultado. Las vanguardias, Roussel, entre otros, empleaban el collage, recortes de revistas, mezclaban titulares de diarios, extraían palabras al azar del diccionario para armar historias que las contengan una luego de la otra. En este caso el modo en que Valentín Penrose emplea el azar al servicio de la invención, es un cuadro o un grabado contenido en la primera edición de Cándido o del Optimismo, de Volteire. Entonces un cuadro, una imagen es un elemento a partir del cual se puede narrar una historia, y al mismo tiempo de la misma imagen se pueden construir historias distintas. Adán, La Comadreja Blanca, la Diosa Kali, son elementos memorables dentro de una combinatoria que lo reúne como un ovillo de probabilidades abiertas. La poeta restringe el automatismo: no va a renunciar a los saberes tradicionales en diáspora. Puede ser que la Diosa, o Dios, hayan muerto, pero todavía puedo remitir a normas, a técnicas que organizan un modo de existencia olvidado, sin aspirar a una nueva Ley.


Paul Éluard, en el prefacio al primer libro de poesía Hierba a la Luna, escribe: “El olvido, la pantalla mágica, sin color, delante de la cual todo color, todo matiz, toda idea es algo nuevo.” La fecundidad del olvido hace brillar “la palabra inmediatamente accesible”; el desvarío se alivia en el redil de la filosofía oriental, el panteísmo de las divinidades femeninas, la magia, la técnica de momificación de los guanches, una pintura. La erudición es un medio para no caer en la palabra enjabonada, trabajosa; y para conjurar el azar de las fuerzas del mundo; cuando se nombra una diosa en el texto es como si se incrustara un talismán cuya función es contrarrestar el caos.

Se sabe que uno de los sentidos de estos procederes responde a la necesidad de saltar por encima de la encerrona entre la originalidad y la tradición: si estás estancado, simplemente escribe; si estas abrumado por la sensación de que ya todo está escrito, realiza cinco saltos hacia adelante, empezando, por ejemplo, una narración a partir del primer libro con pinturas o fotografías que encuentres en tu biblioteca.

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